Hola lector!

Una sonrisa tuya es un libro que llevo algún tiempo escribiendo, y me pareció una buena idea compartirlo para con quisiera pasar un buen rato leyéndolo.
Es una comedia romántica de la que actualmente tengo 19 capítulos escritos y que va increscendo.

Si estas leyendo esto, esque ya diste un paso entrando en mi blog y por ello te doy las gracias. Así como animarte a seguir leyendo.

Espero que disfruteis tanto leyendo como yo lo hago pensando y escribiendo la historia de Marta.

Se agradecen los comentarios!! y recomendaciones para seguir escribiendo jeje

28 de septiembre de 2011

Capítulo 7

- Bueno señorita, son ya la una y treinta minutos, y a tus preciosas mechas rubias le quedan 30 minutos de cocción. ¿Segura de no querer añadir ningún color mas?
- Segura.... – por favor, que no insistiera más, no podría resistir mucho más diciéndole que no...-
- Ya se que eso sería mucho arriesgar para ti, pero podrías echar una canita al aire de vez en cuando...
- -¿Una canita al aire? ¡ahh! - ¿una canita al aire?
- - ¡Mierda! Cuida tus palabras Daniel... – Si mujer, quería decir que dicen que siempre hay una primera vez para todo. Ésta podría ser tu primera vez de echarte un color “raro” como tu dices de mechas. - ¿arreglado?-
- Jajajaja. No gracias – No sigas por favor... —
- ¿Quién sabe?, quizás te quede bien, y tu sin saberlo...
- Me arriesgaré

Y Marta no lo pudo evitar. Terminó esta última frase sacándole la lengua de forma traviesa. Le encantaba. Y a Daniel también le gustó. No siempre venían chicas tan encantadoras como ella a la peluquería. Normalmente las abuelitas colapsaban todo su tiempo. Que si, que estaba bien, que con ellas se lo pasaba bien. Pero no era lo mismo...

- ¿Qué te parece si mientras te sube el color subimos y voy preparando la pasta?
- ¿Qué vas a cocinar para mí? – ¡que sexy!—
- Eso parece - bonito día para que no se me pegue la comida... -
- No hace falta que te molestes. Puedo salir a comer a cualquier sitio. De verdad Daniel.
- - Qué bonito sonaba su nombre dicho por su boca... - Antes te pregunté, y me dijiste que si, así que ya no hay vuelta atrás.
- Esta bien... – menos mal... -
- Lo dicho, ¿subimos? – menos mal que esta mañana la muchacha de la limpieza me limpió y recogió la casa... —
- Esta bien, pero, ¿vives aquí mismo?
- Sí, en la planta de arriba.
- Puf. Tu casa tu lugar de trabajo... ¡Y encima te llevas el trabajo a casa! Si que arriesgas tu muchacho...
- Ya ves, soy un chico de riesgos...

Un chico de riesgos... ¡Ja! Eso no se lo creía ni él. Si ella hubiera visto sus comienzos... Malos, sí. Pero unos comienzos como los de casi todo el mundo. Él no tenía una familia con dinero que le permitiera empezar con un gran negocio. No, el se lo tuvo que currar desde 0. Empezando por su cochera, continuando en la viejísima casa de sus difuntos abuelos. Pero ahora, tras mucho sudor y muchas lágrimas había conseguido alcanzar el sueño de su vida: una peluquería propia, SU peluquería. Un negocio próspero, y encima de ella, su modesta casita... Y tan modesta... un mini-loft, pero bien orgulloso que estaba de ello...

- Yo que tu no me esperaba demasiado de mi casa. Imagina que tiene el mismo tamaño que la peluquería, jeje...
- No te preocupes, estoy acostumbrada a cuchitriles, mi casita es la mitad que esto...
- ¿La mitad que esto? ¿Eso existe? ¿Es legal?
- Pues eso parece...

Mientras tanto, Daniel y Marta habían ido subiendo por las escaleras y ya estaban ante la puerta de entrada. Nada más que abrirla y echarle el primer vistazo, le encantó. Aquello era grande comparado con su casa, pero como tampoco tenía demasiadas separaciones que digamos, le recordó mucho a su casa, y como le tenía tanto cariño a su casa, pues esta le produjo ternura.

- Me encanta
- ¿De verdad? –Si no fuera por la cantidad de personas que habían dicho eso mismo y luego se habían ido casi corriendo, le hubiera creído-
- Te lo prometo, me recuerda a mi casa. Y me encanta.
- Me alegro - Esto sin duda, era un punto positivo -  Ponte cómoda y siéntate, yo voy a ir preparando el almuerzo.
- ¿No quieres ayuda?
- Ya de ante mano te insisto que no. Mientras seas mi invitada, no tocarás un plato de la cocina. Y no admito discusión alguna.
- Bueno esta bien. -¿Cómo discutir semejantes argumentos?
- Siéntate, pondré la pasta a cocer

Ver para creer. Allí estaba ella, sentada en el sofá de Daniel, su nuevo peluquero, con las mechas cociéndose en su cabeza mientras esperaba que éste le hiciera pasta. La cabeza le desprendía mucho calor pero eso era normal, las mechas tenían que actuar.

Daniel volvió de la cocina acompañado por una botella de vino y dos copas.

- Espero que te guste el vino.
- Pues... La verdad es que no.
- ¡Ah! -Que mala pata...- Entonces... ¿Cerveza?
- Tampoco. -Ya empezamos....
- Pues... ¿Coca-cola?
- No... Perdón, te explico. Soy un poco complicada con eso de las bebidas. No me gusta el vino, ni la cerveza, ni el café ni los refrescos con gas.
- Vaya... He de admitir que nunca me había pasado esto.
- Lo siento - Bicho raro ataca de nuevo. No tengo remedio-.
- ¿Entonces?
- ¿Entonces qué?
- ¿Qué quieres beber?
- Agua
- ¿Agua? -¿Esto es de verdad?
- Si, lo siento, ya se que soy un bicho raro, pero es lo que hay.
- No, no digas eso. No eres un bicho raro, solo tienes gustos selectos.
- ¿Beber agua es tener un gusto selecto? No intentes quedar bien, no te preocupes, ya estoy acostumbrada.
- Bueno, pues nada, voy a ir a por tu vaso de agua.
- Gracias.

Así que Daniel volvió a desaparecer en la cocina. Era un desastre, tenían que tenerle prohibido salir a la calle. Que vergüenza. Menos mal que ya estaba un poco acostumbrada, desde pequeña la misma historia. Pero, ¿qué podía hacerle? No le gustaban ninguna de esas bebidas, es mas, le daban nauseas. El refresco de limón si le gustaba mucho, aunque solo el sabor ya que, por culpa del gas, a veces incluso vomitaba. Increíble.

- Toma, tu agua. Ya que no he dado ni una con la bebida, espero que al menos el chocolate te guste.
- No, no me gusta.
- ¿Cómo? - Ésto ya es demasiado, ¿a qué mujer no le gusta el chocolate?
- Es verdad, no me gusta, me encanta. - Se estaba riendo por dentro, casi se queda con el. Ahora le había vuelto a salir esa sonrisa pícara, pero es que es tan mono, tan predecible...
- Menos mal. - Ya lo decía yo, el chocolate nunca falla.

Ambos se rieron, con una sonrisa pícara, y sabían muy bien lo que estaba pasando allí, pero era parte del juego, hacerse los incrédulos.

Les encantaba ese juego.

Entonces Daniel cogió un trocito de una barrita de galleta y caramelo recubierta con chocolate, una delicia, y se la acercó a la boca, ofreciéndosela para que le diera un mordisco. Ella como no, se lo dio, y ambos se quedaron más cerca que antes, y mirándose a los ojos mientras sus cabezas bullían.

- - Me muero por besarla.
- - Me muero por besarlo.
- - Pero, ¿qué va a pensar de mi si la beso así sin mas? Sólo la conozco de hace una hora.
- - ¡Bésame!
- - No, mejor no... ¡Pero es que me muero de ganas!
- - ¡Hazlo! ¡Ya!

En ese momento sonó estrepitosamente proveniente de la cocina, el reloj que Daniel había programado para avisarle de cuándo la pasta abría terminado de cocerse.

Daniel, dando un respingo, se levantó y se fue directo a la cocina mientras decía:

- Tengo que ir a apartar la pasta. - Salvado por la campana. Ésto es una señal. No era el momento. ¿Verdad?
- Vale. - ¡Mierda! ¡Lo sabía! No le gusto.

Y volvió a quedarse sola. Al menos la casa era bonita, es verdad que la tenía muy bien cuidada, igual que la decoración de la peluquería, no hacía falta que le jurara que le encantaba el color naranja ya que, hasta en su piso, era el color que más predominaba.

La cabeza le seguía quemando pero ahora mucho más que antes. Y no sólo eso, si no que también le picaba mucho. ¿Aquello era normal? Desde luego ella no recordaba que le hubiera pasado antes, y se había hecho muchas veces las mechas.
Como no se podía rascar con las manos, empezó a hacer gestos raros con la cara para intentar que algo en la cabeza se moviera y le aliviara un poco el escozor.

En ese momento llegó Daniel.

- ¿Estas bien? - Esta chica sin dudas es muy rara.
- Si. - Lo que faltaba.
- ¿Estas segura?
- No. ¿Es normal que la cabeza me queme y me pique tantísimo?
- No.
- ¿No? ¿Cómo que no?

Daniel se acercó, le retiró un poco todo el papel que tenía cubriendo todos los potingues.

- Vamos abajo, te tengo que lavar el pelo. - Por favor, que no le haya hecho ningún estropicio...
- ¿Cómo? ¿Ya? ¿Tan pronto? - ¿Qué es esto? ¿Qué pasa?
- Si, no te preocupes, es que te ha subido más rápido de lo que esperaba. - Por favor, por favor, por favor.

Se dirigieron precipitadamente a la parte de la peluquería. Marta literalmente se tiró encima del lavacabezas. Ésto no le podía estar pasando a ella. Si ya lo sabía, no podía ir a otro peluquero, por muy guapo y simpático que fuera. Y encima con el mal día que estaba llevando, si ya estaba pronosticado. Ese día prometía ser malo. Muy malo. Y se estaba cumpliendo y empeorando por momentos. Una cosa es tener una mala noche y otra que te estropeen el pelo y avergonzarte de ello durante dios sabe cuánto tiempo.

Mientras tanto, Daniel estaba  trabajando en su cabeza. Le quitó todo el papel y le mojó la cabeza. El agua estaba helada, pero no quería esperar más rato a lavársela. ¿Porqué? ¿Porqué tenía tan mala suerte? Justamente a esa chica. Era rara, si, muy rara. Pero le gustaba. Después de eso, seguro que no quería saber nada mas de el...

- Está bien. No te preocupes, ahora te voy a pelar y ya verás como te queda perfecto.
- Eso espero, como le pase algo a mi pelo, me muero.

Eso es, encima aún más presión. Iban a tener que dejarle de gustar sus clientas, tanta presión no era buena. Pero bueno, en cuanto acabó de lavarle la cabeza, empezó a pelarla.

Como le había echado tanta crema suavizante, tenía el pelo muy suave. Daba gusto pelarla. Además era increíble como, aún con el pelo mojado, los rizos estaban ahí, no se iban. Los estirazaba, y volvían a su sitio. Sin duda, un pelo precioso.

Tras veinte minutos trabajando en esa melena rizada, se dio por satisfecho con el resultado.

- Ésto ya esta.
- Gracias.

Marta se miró en el espejo, no lo había querido hacer antes, por si acaso. Pero no, estaba bien. Su pelo estaba perfecto y precioso. Tenía que reconocer que había hecho un trabajo magnífico. Pero se había llevado un susto tan grande... Por unos momentos se había imaginado escondiendo su cabeza debajo de pañuelos, gorras, etc. Y eso le horrorizaba. Ella se ponía pañuelos y eso. Si. Pero no cubriéndole toda la cabeza.

- ¿Cuánto te debo?
- Nada, déjalo. Por el susto. - Después de aquello no podía cobrarle nada. No se lo perdonaría.
- No, dime cuánto te debo.
- En serio, no puedo cobrarte nada. Por el susto, ¿vale?
- Vale. Gracias.
- Pero prométeme a cambio que volverás a pelarte algún otro día. - Con eso también se aseguraba volver a verla.
- Esta bien. -¿Tenía otro remedio acaso?
- ¿Subimos a almorzar al fin?
- La verdad es que preferiría no hacerlo. Se me ha quitado el apetito. - El chico no esta mal. Pero necesito salir de aquí. Me estoy agobiando. Además, si ni siquiera le gusto. Demasiado esfuerzo para nada.
- Bueno... Vale. Pues... Hasta la próxima, supongo. - Si, sin duda la he cagado.
- Hasta la próxima.

Marta le dirigió una sonrisa mientras se volvía para dirigirse a la salida, aunque tenía que reconocer que le salió un poco amarga.

24 de septiembre de 2011

Capítulo 6

Esta bien, dio una pequeña cabezada pero, ¿cómo no darla?. Que venga alguna otra de sus clientas y le diga que a ellas nunca les ha pasado ¡seguro! Si era imposible que no pasara...
Desde luego eso de cambiar de peluquero, sólo por el simple hecho de recibir ese masaje, ya merecía la pena...

Daniel por el contrario, estaba tan sumamente concentrado en intentar dar el masaje de su vida, que ni se había dado cuenta de ese cabezazo de su clienta, cosa que Marta agradeció infinitamente.

Al cabo de un rato Marta no pudo resistir más:

- Como sigas masajeándome de esa manera, no respondo de mis actos...
- Perdón, es que cómo te veía sonreír tanto pensé que te gustaba y se me olvidó parar- ¿se abría pasado? Esperaba que no.
- Jajaja, y así es, me encanta, es el mejor masaje que me han dado en los días de mi vida, pero es que me estoy relajando tanto, tanto, que voy a caer dormida en cualquier momento.
- Bueno, pues paro y aprovechamos para hablar de cómo vas a querer esas mechas, ¿de acuerdo?
- De acuerdo

En ese preciso instante, Daniel retiró las manos de su cuero cabelludo, y tan sólo un segundo después de hacerlo, Marta ya lo echaba de menos...

- Mechas, ¿de qué color?
- Rubias
- ¿Rubias?
- Si, rubias
- ¿Ningún otro color?
- No
- ¿Castañas?
- No
- ¿Morenas?
- No
- ¿Azules? ¿Moradas? ¿Rojas? ¿Naranjas?
- No, no, no y no. Sólo rubias.
- Pero...¿porqué?
- Aunque te parezca increíble por un sencillo motivo...
- ¿Y le importaría a la señorita decirme cuál ese sencillo motivo? ¿O aparte de sencillo es secreto?
- Bueno... no se yo...
- ¡Eh!, no te sientas obligada...
- Jajaja, es broma hombre, te explico: yo siempre he tenido el pelo rubio, desde pequeña, y ahora que se me ha oscurecido, si no me veo con algo rubio en la cabeza, no me siento yo misma. Además, mi pelo ya llama suficientemente la atención como para ir poniéndole colores extraños.
- Uno, tu pelo llama la atención por lo bonito que es. Y dos, no son colores extraños, ¡están muy de moda!
- ¡Ay perdona! ¿Y porque estén de moda eso ya significa que no llaman la atención ni son colores extraños?
- Eh...- Vale, reconocía que ahí lo había pillado, pero no veas la niña, tenía respuesta para todo, y además todo segura que estaba de lo que decía...- esta bien, ya no te discuto más, rubio, y no hay mas que hablar
- Gracias.

Mientas Daniel preparaba el color y los papelitos de plata para hacerle las mechas, a Marta le dio por mirar ese enorme reloj de la pared del fondo. ¡Oh no! ¡Eran ya las 12:30!

- Me preguntaba...
- Dime.
- Por casualidad...¿no sabrás si para las 14 habremos terminado?
- Pues... no creo, ¿porqué? ¿tienes algún problema?
- Es que justo a esa hora había quedado para comer...
- Lo siento, si quieres que paremos aún estas a tiempo – mierda, seguro que era el novio, ¿cómo no?
- No, no, sigue, sigue, lo llamaré para cancelarlo. No te preocupes.

Por nada del mundo pensaba irse de aquel sitio, además, ¿para qué? Si seguro que si después se lo contaba a Marcos éste le hubiera reñido por dejarlo allí para ir a comer con el...Así que cogió el móvil y lo llamó. Un tono... dos tonos....tres tonos... para variar no lo cogía. Que inoportuno que era el chico. Cuatro tonos...

- ¡Hola Martita! ¿Ya no te acuerdas dónde habíamos quedado o que?
- Hola cariño, si que me acuerdo, ¿cómo crees que no me iba a acordar de lo dónde quedo contigo? Ya te he dicho mil veces que, aunque parezca mentira, te escucho cuando me hablas

Daniel ya no necesitaba escuchar más. Definitivamente era su novio, ¿a quién más si no iba a hablarle así? Adiós a sus planes de conquista. Mechas, peinaito ligerito y, ¡a casita!.

- Así me gusta. Entonces, ¿qué pasa? Es raro que me llames un día a estas horas si no es para preguntarme eso..
- Lo se. Es que estoy en la peluquería y no creo que me de tiempo de acabar para las dos.
- ¿Tu? ¿en la peluquería? Un día entre semana, por la mañana, ¿en la peluquería? Dime Marta, ¿qué te pasa? ¿estas bien?
- Déjate ya de coñas hombre. Te resumo: sueño realista cruel, mañana horrible, bus tarde, atasco de película, lluvia sin paraguas, bar de viejos (con todas sus consecuencias), peluquería a la vista, conclusión: no llego para comer

A eso si que se le podía llamar resumir. Daniel se estaba quedando impresionado. Ya sabía que escuchar conversaciones agenas estaba mal, pero lo tenía tan fácil... Aunque si todo aquello era cierto, a la pobre le había pasado de todo...

- Vaya, ¿así sin mas?
- Así sin mas, pero todo very well.
- ¿Very well? ¿cómo de well?
- Very, very, very, very well
- No hace falta que digas más, ¡perdonada! Pero en cuando que llegues a casa, llámame y me cuentas. Eso si hay vía libre...
- ¡eh! ¡No te pases! ¡la habrá!
- Eso nunca se sabe...
- Tu no, pero yo si. Dale un besote muy gordo a Marian de mi parte, ¿ok?
- Ok. Y a por todas!
- Eso siempre.

Lo genial de tener un amigo tan íntimo, desde hacía tanto tiempo, es que ya habían creado su propios códigos secretos, con los que hablar de cualquier cosa delante de otros sin que nadie se enterase de nada. Por ejemplo ese very well, que significaba que había un hombre de por medio que estaba muy bien. Además se utilizaba cuando solía ser el motivo de una excusa. Pero tenía que volver a lo que estaba: Daniel.

- Lo siento muchísimo, ya esta todo arreglado. Menos mal que su novia siempre está dispuesta a salir, porque no había sacado nada de comer. Hombres...

Así que se había equivocado. ¡No era su novio! Eso era una señal, ahora o nunca.

- ¿Y tu? ¿Habías sacado algo de comer?
- Mmm.. la verdad es que no, ahí me has pillado... Pero bueno, por muy vacío que esté el frigorífico, siempre hay algo comestible escondido por alguna parte de él.
- Yo preguntaba, porque como aquí vamos a acabar bien tarde, por si querías almorzar conmigo... –por favor, por favor, por favor...-
- No me gustaría ser una molestia... – por favor insiste, por favor insiste, por favor insiste-.
- Para nada, no eres ninguna molestia para mi. Insisto, quédate, ¿o es que tienes algo mejor que hacer? – di que no....-
- Pues... la verdad es que no....
- Entonces sólo te queda una pregunta que responder: ¿te gusta la pasta a la carbonara?
- Me encanta - ¡siii!
- Pues entonces no se hable mas. Te quedas a comer conmigo - ¡toma ya!-

19 de septiembre de 2011

Capítulo 5

En el trayecto de cruzar la calle, a pesar de que lo hizo corriendo y no tuvo ni que esperar a encontrar un paso de cebra o a que se pusiera en verde el semáforo, se puso empapada de pies a la cabeza, aún más de lo que ya lo estaba antes. Pero bueno, pensó en qué así el peluquero se libraría al menos de lavarle la cabeza.

Nada más entrar en la peluquería, le encantó. Tenía una decoración muy minimalista, basada en las curvas y en colores blancos y naranjas, aquello le hizo sentir bien y  sentir más confianza ante lo que le esperaba aunque..., si lo pensaba mejor, que fueran buenos decoradores no significaba que fueran buenos peluqueros. Entonces miró a su alrededor. Una muchacha, no mucho menor que ella, le estaba pagando a una de las chicas que trabajaba allí, estaba guapísima. Vale, tenía el pelo liso, vale, eso era más fácil, vale, pero le favorecía mucho.

Mientras tanto una chica se dirigió hacia ella y le pregunto:

- Perdone, ¿qué desea?
- Esto...
- ¿No sabe que hacerse? Quizás pueda ayudarle...
- Esto... si, bueno no
- ¿Perdón?
- Perdón, que.... que se que hacerme, pero no hace falta que me ayude, bueno, si hace falta, bueno no. Verás. Quiero cortarme las puntas, pero sólo las puntas, y echarme mechas, aunque... estoy un poquito asustada la verdad...
- ¿Puedo preguntar por qué?
- Esque... nunca me ha tocado el pelo otra persona que no sea mi peluquero de toda la vida. Y mi pelo... como que es un poquito especial, y mi pelo para mi significa mucho y.... eso.

Aquella chica rubia con pelo liso, excesivo maquillaje, aunque con mucha desenvoltura en conversación formal con los clientes, miraba a Marta como si estuviera loca y en cualquier momento fuera a salir gritando y corriendo por la puerta. Pero aunque pensara todo aquello, en cierto modo la comprendía, no era la primera chica que temía que le hicieran un estropicio en su preciado pelo, así que decidió dejarla en las mejores manos. Un cliente satisfecho, es un negocio feliz. Ése era su lema.

- Usted no tiene que temer nada –dijo la chica- , le pondremos en las mejores manos

Entonces llamó a un chico que estaba en el otro extremo de la peluquería, discutiendo con un señora mayor sobre qué color de tinte debía ponerse.

- La última vez me pusiste el 32 –decía la señora-.
- Que no Angelita, que le puse el 30, estoy seguro.
- Que no, que el 30 es más oscuro, y yo lo tengo más clarito, ¿no lo ves?
- A ver Angelita, ¿cómo se lo explico?. Tenemos la misma discusión cada vez que viene usted a ponerse un tinte. El color con el lavado se aclara, por eso cree que es más claro, pero de verdad, que le puse el 30, ¿no se fía de mi?
- Claro que si cariño. Anda, ponme el 30, pero si no es, te advierto que no pagaré.
- Estoy totalmente de acuerdo
- ¡Daniel! –le llama la chica-

Entonces él le dice que espere un momento. Se acerca a otra de las chicas que había por allí, le entrega el tubito de tinte de la señora mayor y le dice que se lo aplique. Se vuelve hacia Marta y la otra chica, se acerca, y con una gran sonrisa en los labios dice:

- Ya estoy con ustedes

Dioss..¡Que hombre! Marta se quedó boquiabierta, que ojos, que boca, ¡que cuerpo! Y parecía tan encantador... Si no aquella abuelita, ¿porqué se iba a comportar así con el?
Mientras tanto, la señorita primera que la atendió estaba explicándole a Daniel el gran temor de Marta, cuando terminó, Daniel soltó una gran carcajada, y riéndose le dijo que estaba en buenas manos y que no tenía nada que peder. ¿Porqué últimamente los chicos sólo se reían de ella? Vaya racha la suya... Esto le cabreó un poco, y Daniel tuvo que notarlo, porque se puso enseguida muy serio y le prometió que no le pasaría nada a su pelo. Además añadió:

- No temas nada, no permitiré que salgas de aquí si no es más guapa aún de lo que entraste, que ya es difícil. –Diciendo palabras como esas, ¿cómo se iba a cabrear con él?- ¿Qué? ¿Vas a confiar en mi?
- Mmmm... lo intentaré – y diciendo esto, Marta le guiñó un ojo. Ambos sonrieron.

Señalándole el camino con un dulce gesto con la mano, Daniel dirigió a Marta hasta el otro extremo de la sala, donde había un sillón naranja chillón con formas redondeadas frente a una pequeña encimera blanca donde se apoyaban múltiples utensilios de peluquería. Marta jamás había siquiera imaginado que para hacer algo en la cabeza, existieran tantas cosas. Se puso a curiosear a ver qué era cada cosa, pero no quería que Daniel se diera cuenta, no fuera a pensar que era una ignorante de ese mundo...a pesar de que, de hecho, lo era. Pero su intento en disimular fue en vano, ya que Daniel se percató de todo, y riendo le dijo que dejara de cotillear, que contra menos supiera de todas las cosas que había allí encima, mejor, porque si no, saldría corriendo de aquel lugar. Así que Marta, con la cabeza gacha y los cachetes colorados se sentó en aquel sillón tan estrambótico y clavó la vista en el suelo.

Aquel chico, una de dos, o era muy risueño, o Marta le hacía una gracia horrible, ya que no paraba ni un momento de reírse. En esta ocasión lo hacía porque después de haberle dicho a Marta, en broma, que no cotillease, ella no había levantado la vista del suelo, y sus cachetes estaban exageradamente colorados. Estaba graciosísima. A veces parecía tan mayor... y otras tan niña...¿Cuántos años tendría? Bueno, eso no era su asunto, era una clienta. Una clienta muy graciosa, pero una clienta al fin y al cabo.

Cuando le tocó por primera vez el pelo, un repeluco le recorrió todo el brazo hasta repartirse por el cuerpo,¡qué pelo! Vale, él era peluquero. Un peluquero con su buen prestigio. Había tenido entre sus manos muchas cabezas de pelos, muchos de ellos rizados, pero ese pelo... era tan... tan... ¿genial? Se empezaba a dar cuenta, y por eso sonrió, le iba a encantar pelar a esa chica.

- ¿Qué tramas con esa sonrisa tan pilla? – Marta al fin había levantado la vista del suelo.
- ¿Qué? A nada, nada, estaba pensando lo que me va a gustar pelarte
- Ya, claro...
- Ja, ja, en serio. Y además, ¡no era una sonrisa pilla!
- Ah, ¿no? Y, entonces, ¿qué era?
- Pues... -¿Cómo salía de aquella?- una sonrisa de satisfacción
- No lo arreglas, ¿eh?

Se había equivocado un poco de estrategia, pero como solía decirle su madre, todo tiene solución. Pero no intentó arreglarlo, se limitó a sonreír y a empezar a lavarle el pelo. Ese pelo necesitaría mucha crema, y rezaba para no pegarle demasiados tirones al peinarla.

Marta mientras tanto no sabía que pensar. ¿Por qué se reía tantísimo el peluquero?, ¿tanta gracia le hacía o es que era así? Todo aquello la tenía desconcertada, aunque cuando empezó a lavarle el pelo... que relajada se quedó...y cuando le empezó a dar el masaje capilar... casi se queda dormida... que manos tenía el muchacho... A pesar de todo, aquel rato en la peluquería no pintaba tan mal...

16 de septiembre de 2011

Capítulo 4

Una lágrima se precipitó de su ojo derecho recorriendo lentamente su mejilla. No podía salir de su propio asombro, no había sido mas que un sueño.

Mucha gente diría que era un precioso sueño, de esos con los que a la mañana siguiente despiertas con una gran sonrisa en la cara. Pero eso no le pasaba a Marta.
Ella odiaba soñar. Odiaba soñar porque se involucraba y vivía tantos los sueños que llegaba un punto en el que ni sabía ni podía distinguir entre el sueño y la realidad. Había días en los que salía con amigos, y cuando preguntaba por algo que creía que había sucedido, llegaba a la conclusión de que habían sido solo sueños, porque nadie recordaba aquello. Incluso en una ocasión se recorrió todos las tiendas que conocía buscando un juego de tazas que quería desde hacía tiempo y había visto un día por casualidad en una tienda. Pero después de recorrerse todos los sitios de los que sabía, ninguno tenía ni había tenido nunca lo que ella había visto. Así que sólo le quedaba pensar que eran solo sueños.

Y le dolía demasiado. Le dolía demasiado la sensación de levantarse creyendo que tendría a su lado a la persona más maravillosa que nunca podía haber imaginado, con la que había compartido un día estupendo y descubrir que era todo mentira. Que ese día no existía en su vida.

Además le hizo pensar que eso nunca pasaría, porque esas cosas a una persona como ella nunca le podrían pasar. Justo entonces se vio reflejada en el espejo, y odió cada centímetro de su cuerpo.

Se metió en la cama, tapándose hasta la cabeza con la corcha rosa y blanca, y llorando a moco tendido, lamentándose de su ingenuidad. Pero no pudo volverse a dormir.

A las 6:30 decidió levantarse de la cama. No soportaba estar más tiempo metida en ella llorando, así que decidió pegarse una ducha. El agua estaba muy caliente, y a pesar de la cantidad de agua que corría por su rostro, seguía sintiendo el cauce de sus lágrimas. Ingenua, ingenua, ingenua, no paraba de repetirse a sí misma. Ni siquiera se movió de debajo del caudal de agua, no al menos hasta que se percató de que el agua salía ya fría, entonces decidió salir de la ducha, cubriéndose con una toalla la cabeza, y con un albornoz el cuerpo.

Cualquier otro día estar en albornoz por casa recién duchada le abría encantada, pero no aquella mañana. Aquella mañana hasta lo mejor del mundo podría haberle parecido horrible.

Decidió servirse un cola-cao y odió el hecho de que no le gustase la tila. Según decían de sus efectos debía de haberle sentado muy bien. Con la taza bien caliente y vestida aun con su albornoz se sentó en su sofá-cama y encendió la tele buscando algún programa de su agrado. Pero eran tan solo las 7:30, ni ella misma sabía bien que era lo que quería encontrar, pero debido a la hora no encontró otra cosa que telediarios; y los odiaba. Tenía la teoría de que para ver muertos, accidentes y cosas malas, no le hacía faltar ver las noticias.

Debido a su extraño estado de ánimo y la mala programación televisiva, terminó viendo el telediario. Ya que lo veía intentó que, al menos, aquello le animase. Quería al menos intentar que viendo a gente en peor situación que ella, se le pasara el mosqueo. Pero las noticias no eran tan horripilantes como esperaba. Las nominaciones de los Oscars. Un perro que había salvado a una anciana. Un nuevo colegio en Valencia para niños discapacitados. El estreno de un musical en Madrid. La victoria del equipo español de voleibol femenino en los mundiales. Un nuevo guiness. A ojos de Marta: sólo tonterías, lo que no sabía por qué, hizo que se sintiera aún peor.

Así llegó la hora de vestirse para empezar una nueva jornada de estudios, pero no le apetecía para nada salir a la calle. Quería quedarse todo el día en casa machacándose sobre lo mala e injusta que era la vida de ella. Pero extrañamente consiguió reunir las fuerzas necesarias para vestirse e irse. No se podía permitir el lujo de perder todo un día de estudios.

Se puso prácticamente la ropa del día anterior. Era su ropa preferida, y necesitaba sentirse bien, le daba igual que ya estuviera medio sucia. El propósito de vestir mejor, tendría que esperar para otro día, en aquel momento no podía pararse a comerse tanto la cabeza. Tenía cosas mejores en las que pensar, como en lo ingenua y tonta que era.

El tiempo además estaba nublado, cosa que Marta odiaba. Ella prefería los días soleados, eran mucho más alegres. Así que como el día no pintaba muy bien, decidió pegarse un gusto y comprarse un par de donuts en la tienda que esta junto a su casa. Igual que en el sueño, salvo que aún no habían sacado los donuts de ese día del horno, y se tuvo que conformar con unos fríos y medio duros del día anterior. Se los comió en un instante mientras esperaba en la parada del autobús, y enseguida se arrepintió. ¿Cómo podía haberse comido todo aquello y en tan poco tiempo? Y encima el autobús no llegaba.

Sintió unas ganas locas de darse la vuelta y volverse corriendo a su casa. Acostarse en la cama, y esperar simplemente a que el día terminase y empezase otro nuevo. Así que se dijo que si cuando contase tres el autobús aún no había llegado, lo haría. Miró al extremo de la calle, y no vio el autobús; contó uno. Miró la gente que había en la parada del autobús, volvió a mirar hacia por donde tenía que aparecer el autobús y contó dos. Miró hacia el otro extremo de la calle, pensando que quizás se equivocara, y el autobús viniera del otro lado y por eso aún no lo había visto, entonces se percató de que la calle era de sentido único. Volvió a mirar hacia el lado bueno, y contó tres.

Se vino abajo, y se sintió muy decaída. Decidió volverse a casa, pero antes de mover un dedo del pie volvió a buscar el autobús, y esta vez había uno doblando la esquina. Se sonrió, buscó el bonobús y empezó a esperar a que llegara hasta donde estaba ella. Pero casi cuando el autobús estaba encima de ella, se dio cuenta de que no era el número de su línea, lo que inmediatamente borró la sonrisa de su boca.

Como todas las abuelitas se habían subido al autobús, Marta se desplomó en uno de los asientos de la parada, más triste y desesperada de lo que había estado desde que se despertó. Ya llevaba 20 minutos en la parada, y aún tuvo que esperar otros 10 más hasta que el autobús llegase.

Ya dentro de él, no había ni un solo hueco libre, así que tuvo que viajar agarrada a la primera barra que alcanzó. Encima, tenía delante una abuelita con poco estabilidad, que a cada frenada, acelerón y curva se apoyaba y tiraba de ella para no caerse al suelo ni tener que hacer tanto esfuerzo. Ése fue unos de los pocos días en los que Marta no se arrepintió de llevar consigo su maletín con el párales. Entrar con aquello en el autobús era crearse un pasillo vacío para sí misma, por el temer de todos al ser dados. Normalmente odiaba que la gente huyera de ella en el autobús, pero en momentos como aquel lo extrañaba.

Tras 10 minutos de larga espera dentro del autobús, este se para asombro de todos y el conductor se baja. Los pasajeros miraron aquel gesto con asombro, y cada cual empezó a sacar sus propias conclusiones. Unos decían que había un control policial, otros que el motor se había estropeado, otro que las puertas no abrían, pero nadie podía saber nada, porque los cristales del mal día y la gente de dentro estaban empañados. Se mantuvieron en esa situación lo menos 10 minutos, momento en el cual Marta estaba al punto de la desesperación. Una noche horrible y ahora esto.

El conductor informa: “Debido al mal tiempo se ha producido un desprendimiento en medio de la calle por donde debíamos pasar. Estamos en un atasco y no podemos ni seguir para adelante, ni girar hacia otra calle ni dar la vuelta. El asunto va para largo, hasta que retiren todos los restos de la calzada. Quien quiera puede quedarse dentro del vehículo y esperar a que pase, y quien quiera puede bajar y seguir a pie. Perdón por las molestias”

Durante lo que parecieron horas, todos los pasajeros enmudecieron. Lo más normal es que estuvieran pensando en lo que hacer. Marta no podía salir de su asombro, eso era tener demasiada mala suerte incluso para ella. Pero no se lo pensó dos veces, salió precipitada del autobús siendo una de las primeras en abandonarlo.

Estaba en un punto intermedio entre su casa y su escuela. Demasiado lejos tanto para ir a un sitio como para ir a otro. Y como la calle estaba cortada en ambos sentidos no podía ir ni hacia un lado ni hacia el otro. Encima estaba lloviendo a cántaros, y no llevaba ni un mísero paraguas; no sabía por qué, pero siempre se le olvidaban. Así que decidió refugiarse en el primer sitio que encontrase con techo.

Ese sitio fue un bar de mala muerte que había a la orilla de la calzada. Parecía el típico bar donde los abuelos suelen ir a desayunar y leer el periódico, pero Marta no tenía opción, era el único sitio viable que había a la vista. Así que decidió pedirse algo para tomar y coger una mesa a ver si escampaba.

Decidió tomarse otro cola-cao, ya que pensaba que nunca se toman demasiados en el día, además de que la temperatura del mismo quizás le hiciera entrar en calor, porque del camino del autobús al bar había terminado empapada y necesitaba remitir ese horrible frío.

Como no había ningún otro entretenimiento decidió sacar alguno de sus apuntes y estudiar algo mirando, eso sí, cada vez que podía, si había dejado de llover y el tráfico había sido vuelto a instaurar. Pero nada de eso parecía que fuera a ocurrir durante aquella horrible mañana.

Pero, ¿cómo iba a estudiar así? Tenía la sensación de que todos los abuelitos de la sala tenían los ojos clavados en ella. Y que cuchicheaban entre sí sin apartar la visa de ella. Lo peor de todo es que tenía razón. Estaban haciendo justamente eso. Mientras tanto marta se sentía totalmente cohibida. Trataba de mantener sus ojos fijos a los apuntes, pero se la hacía difícil no mirar a ver si la lluvia había menguado y podía escapar de ese horrible lugar. Pero si pensaba ñeque le esperaba si miraba hacia otro lado que no fueran sus hojas... Todos eso abuelitos mirando... si, si, mejor estudiaba mientras distraídamente tomaba su cola-cao.

Al rato de acabar el cola-cao, decidió enfrentarse a la realidad porque además de estar cansada de estudiar, le parecía un abuso permanecer allí sentada sin consumir nada más. Levantó los ojos del papel con los dedos cruzados y buscando las vistas de la venta. En el trayecto, se cruzó con muchas miradas cómplices que por lo general estaban acompañadas por sonrisas pillas. ¿Porqué no podían apartar la vista como el resto de seres humanos? Al fin su vista alcanzó la de la ventana, y como era de esperar, seguía lloviendo a cántaros y su autobús seguía inmóvil. No aguantaba más, necesitaba salir de aquel horrible lugar, Aunque en verdad no era tan horrible, pero no sabía porque los abuelos tenían aquella aprensión con ella. Pero todos. Y le daba mucho coraje, ¿porqué los abuelos tanto y los de su edad nada?. A veces le gustaba pensar que era porque los abuelos habían vivido más, eran más sabios y sabían escoger mejor. Esa sin duda era el mejor pensamiento de todos.

Se levantó del asiento, y mirando hacia el suelo se dirigió lo más rápido que pudo sin llevarse nada por delante hacia la puerta. Menos mal que le gustaba pagar al retirar su consumición, si no se hubiera tenido que entretener aún más pagando, y el recorrido por el bar hubiera sido más largo. Como había salido muy sigilosamente no había despertado demasiada admiración entre los presentes, menos mal, pero una vez se encajó en la puerta... ¿qué se suponía que debía de hacer ahora?

Miró hacia su alrededor, en un intento desesperado por encontrar de repente algún sitio magnífico donde entretenerse hasta que todo aquello pasara. Vio una pescadería, no era una de sus alternativas de diversión. Había una frutería, pero la fruta... no le gustaba demasiado.  Un supermercado... hoy no gracias. También había una peluquería. No era su uno de sus lugares preferidos en el mundo, por más que los hombres insistiesen en que a las mujeres le volvía locas la peluquería, estar metillas allí horas y horas entre secadores, tintes, extensión,... Pero Marta, temía profundamente las peluquerías. No era un temor infundado por el miedo, era un temor infundado por el respeto. Su pelo era muy especial para ella, siempre intentaba controlarlo lo máximo posible porque era muy rebelde, y hacerse cosas extrañas en el pelo... no era su estilo. Eso sin contar con que nunca había cambiado de peluquero. Es decir, la misma persona que le pelaba de chica, era la que le pelaba en la actualidad, pero sin embargo, era consciente desde hacía mucho tiempo que algún día llegaría la hora de que probara otros peluqueros y la verdad, aquella peluquería tenía mucha fama, así que se dispuso a entrar.

3 de septiembre de 2011

Capítulo 3

A la mañana siguiente Marta se levantó, con una energía que hacía mucho tiempo que no conocía. Se dirigió al cuarto de baño, encendió el equipo de música y lo puso a todo volumen, ese día no le importaban las quejas de los vecinos ni nada.
Se pegó una ducha maravillosa en la que no paró de cantar ni un solo momento. Se puso la ropa más bonita que tenía, unos maravillosos zapatos de tacón que tenía guardados en un rincón.
Se maquilló de una forma que increíblemente le favorecía muy gratamente e, incluso, parecía que estaba más delgada.

Bajó a la calle, hacía un día estupendo, el sol radiaba en lo alto del cielo azul. Se dirigió a la tienda de la esquina y se dio el placer de comerse unos donuts acabados de salir del horno que estaban deliciosos. Fue hasta la parada del autobús y justo en ese mismo momento llegó el autobús de la línea c1. No era el que llevaba a su facultad, pero aún decidió cogerlo.

Ya dentro del autobús le pareció ver cómo varios chicos se volvían para mirarla. Se sentía tan bien que la gente debía de notarlo.

En vez de pararse en la escuela, se dio el gusto y placer de dirigirse a su centro comercial favorito e iniciar así un día prometedor de compras. Entró en la primera tienda. Vio los pantalones que tantísimo tiempo llevaba buscando. No había pantalones de su talla, pero aún así decidió probarse una talla menos, por saber cómo le quedaban. Pero, increíblemente: ¡le entraban! Y no sólo eso, si no que le quedaban estupendos. Se dirigió a pagarlos, y: ¡estaban al 50% de descuento!. El día no podía ir mejor. Pero se equivocó.

Cuando estaba ya en su cuarta tienda, tras haberse comprado, a demás de esos pantalones tan especiales, unos zapatos, dos camisetas y una chaqueta sintió cómo alguien se paraba delante de él, pero decidió no prestar cuenta. Pero entonces escuchó una voz conocida:

-¿Marta?

Cuando levantó la cabeza no se lo podía creer. ¡Era Pablo! El chico tan estupendo que había conocido el día anterior en la parada. Y lo mejor: ¡se acordaba de ella!

- ¡¡Pablo!! ¡Qué sorpresa! No esperaba encontrarte aquí
- Bueno ni yo a ti
- Pero… ¿Qué haces aquí? Esto es una tienda de ropa femenina…
- Es que…
- Bueno, no hace falta que lo digas, seguro que estas comprándole algo a tu novia (mierda, ¿Cómo había podido ser tan tonta? Se había vuelto a hacer ilusiones, y encima es que tenía hasta novia.
- No te equivocas. Trabajo aquí
- Vaya…(eso si que no se lo esperaba) lo siento
- ¿lo de que no tenga novia o lo de que trabaje aquí?
- ¿la verdad?
- Sí claro
- ninguna de las dos cosas
- ¿entonces?
- siento haberme equivocado
- No es nada. He de decir que no eres la primera a la que le pasa. Y bueno, ¿puedo ayudarte en algo? Aunque ya veo que vas bien cargada de compras
- Ah, estas bolsitas… pues si, necesitaba darme el gusto
- Muy bien que haces, yo si pudiera también lo haría
- ¿y que te lo impide?
- No sé, ¿Qué lo hace?
- Tu dirás
- Tienes razón. Hoy voy a hacer lo que me apetezca
- Muy bien que haces. Me alegro de haberte servido de algo. Que te lo pases bien, seguiré haciendo mis compras pues
- A ti por casualidad…
- A mí por casualidad, ¿el que?
- Que si por casualidad no te apetecería comer conmigo, ¿no?
- Mmm… ¿me estas pidiendo una cita?
- ¿quieres?
- jajaja, pues claro que quiero, ¿cómo no iba a querer?
- no sé, quizás parezca un psicópata o, ¿Quién sabe? Algo peor
- jaja, no digas eso, si tienes cara de ángel…
- Pues entonces he de parecerme a ti. Porque nunca había visto a otra persona como tu, así que he supuesto que eras un ángel que se ha caído del cielo…

El resto del día fue simplemente maravilloso. Él la invitó a un almuerzo aunque poco romántico, muy especial. Pablo consiguió darle a la comida rápida ese toque divertido y maravilloso que tan difícil es encontrar. Tras el almuerzo, fueron a tomar un helado, y estuvieron paseando un rato. Pasaron por delante de una de las jugueterías más grandes de toda Sevilla, y decidieron entrar. Jugaron y rieron como niños. Eran el centro de atención y todo el mundo se maravillaba con la buena conexión que había entre ambos y lo bien que parecía que lo estaban pasando y la buena pareja que hacían. Llegaron a la parte de los peluches, y Marta no pudo contenerse, y le confesó a Pablo la gran afición que sentía por estos muñecos tan suaves y blanditos. Le contó que cada peluche que tenía, significaba algo para ella. Que todos y cada uno de ellos le recordaban a una parte especial de su vida. O en el caso de que fueran regalados, le recordaba a esa persona y todos los buenos momentos que había pasado con ella. También le contó que eran los mejores amigos de lágrimas que tenía. Que eran capaces de soportar una gran llorera sobre sus hombros y ser abrazados contra sí con fuerza y que nunca rechistaban, que incluso conseguían consolarte sin decir nada.
Tras ello, Pablo cogió un precioso perrito marroncito y beige de la estantería mas alta y se lo regalo a Marta mientras le decía:

- Para que te acuerdes siempre de mí. Para que sea un pedacito de tu historia y para que cuando lo abraces, lo hagas pesando en mi.

Éste era un chico especial, y Marta no lo podía dejar escapar, por eso cuando este le preguntó si le apetecía completar el día con una cena, ella contestó que si, pero que esa cena sería en su casa.

Mientras subían las escaleras, Marta advirtió que no se esperara una gran casa, que ni mucho menos lo era, pero que ella se sentía bien viviendo allí y que le encantaba. Pablo por su parte se sorprendió muchísimo de lo pequeña que era la casa, pero sin embargo le encantó como la tenía decorada, porque entre otras cosas se notaba que Marta le había puesto mucho empeño y cariño. Reflejaba muy bien cómo era ella. Y eso le gustaba mucho.
Cenaron una pizza recalentada en el microondas(lo poco que había en el piso) pero ninguno de los dos pareció percatarse de que estaba un poco chamuscada, lo único que ambos sabían eran mirarse a los ojos y sonreír.

En uno de esos momentos, Pablo soltó su trozo de pizza y dirigiéndose a Marta le dijo que a pesar de sólo haber pasado unas horas juntos sentía que llevaba toda una vida con ella y quería hasta el último milímetro de su persona. Tras esto, se acercó poco a poco hacia Marta, hasta que posó sus labios en los suyos. Fue entonces cuando se fundieron en un beso que les pareció eterno. Y tras lo cual hicieron el amor cuidadosa, sensible y cariñosamente.
Cada beso, cada caricia, cada miraba, parecía detener el tiempo antes sus ojos haciendo que ese momento fuera eterno para ellos.

Finalizado el coito, Marta calló extasiada en los brazos de Pablo. Había sido tan encantador cómo lo había sido durante todo el día. Y así se quedó dormida en sus brazos con una dulce sonrisa asomándose en sus labios.

Eran las 5 de la mañana, Marta se despierta con una sonrisa en su boca, mira la cama, pero esta vacía. Mira a su alrededor, pero no hay nadie. Ni restos de una cena, ni restos de un nuevo peluche. Parece que nada se había movido allí desde… desde que anoche se acostara

No lo podía creer. Todo aquello: había sido sólo un sueño