Hola lector!

Una sonrisa tuya es un libro que llevo algún tiempo escribiendo, y me pareció una buena idea compartirlo para con quisiera pasar un buen rato leyéndolo.
Es una comedia romántica de la que actualmente tengo 19 capítulos escritos y que va increscendo.

Si estas leyendo esto, esque ya diste un paso entrando en mi blog y por ello te doy las gracias. Así como animarte a seguir leyendo.

Espero que disfruteis tanto leyendo como yo lo hago pensando y escribiendo la historia de Marta.

Se agradecen los comentarios!! y recomendaciones para seguir escribiendo jeje

16 de septiembre de 2011

Capítulo 4

Una lágrima se precipitó de su ojo derecho recorriendo lentamente su mejilla. No podía salir de su propio asombro, no había sido mas que un sueño.

Mucha gente diría que era un precioso sueño, de esos con los que a la mañana siguiente despiertas con una gran sonrisa en la cara. Pero eso no le pasaba a Marta.
Ella odiaba soñar. Odiaba soñar porque se involucraba y vivía tantos los sueños que llegaba un punto en el que ni sabía ni podía distinguir entre el sueño y la realidad. Había días en los que salía con amigos, y cuando preguntaba por algo que creía que había sucedido, llegaba a la conclusión de que habían sido solo sueños, porque nadie recordaba aquello. Incluso en una ocasión se recorrió todos las tiendas que conocía buscando un juego de tazas que quería desde hacía tiempo y había visto un día por casualidad en una tienda. Pero después de recorrerse todos los sitios de los que sabía, ninguno tenía ni había tenido nunca lo que ella había visto. Así que sólo le quedaba pensar que eran solo sueños.

Y le dolía demasiado. Le dolía demasiado la sensación de levantarse creyendo que tendría a su lado a la persona más maravillosa que nunca podía haber imaginado, con la que había compartido un día estupendo y descubrir que era todo mentira. Que ese día no existía en su vida.

Además le hizo pensar que eso nunca pasaría, porque esas cosas a una persona como ella nunca le podrían pasar. Justo entonces se vio reflejada en el espejo, y odió cada centímetro de su cuerpo.

Se metió en la cama, tapándose hasta la cabeza con la corcha rosa y blanca, y llorando a moco tendido, lamentándose de su ingenuidad. Pero no pudo volverse a dormir.

A las 6:30 decidió levantarse de la cama. No soportaba estar más tiempo metida en ella llorando, así que decidió pegarse una ducha. El agua estaba muy caliente, y a pesar de la cantidad de agua que corría por su rostro, seguía sintiendo el cauce de sus lágrimas. Ingenua, ingenua, ingenua, no paraba de repetirse a sí misma. Ni siquiera se movió de debajo del caudal de agua, no al menos hasta que se percató de que el agua salía ya fría, entonces decidió salir de la ducha, cubriéndose con una toalla la cabeza, y con un albornoz el cuerpo.

Cualquier otro día estar en albornoz por casa recién duchada le abría encantada, pero no aquella mañana. Aquella mañana hasta lo mejor del mundo podría haberle parecido horrible.

Decidió servirse un cola-cao y odió el hecho de que no le gustase la tila. Según decían de sus efectos debía de haberle sentado muy bien. Con la taza bien caliente y vestida aun con su albornoz se sentó en su sofá-cama y encendió la tele buscando algún programa de su agrado. Pero eran tan solo las 7:30, ni ella misma sabía bien que era lo que quería encontrar, pero debido a la hora no encontró otra cosa que telediarios; y los odiaba. Tenía la teoría de que para ver muertos, accidentes y cosas malas, no le hacía faltar ver las noticias.

Debido a su extraño estado de ánimo y la mala programación televisiva, terminó viendo el telediario. Ya que lo veía intentó que, al menos, aquello le animase. Quería al menos intentar que viendo a gente en peor situación que ella, se le pasara el mosqueo. Pero las noticias no eran tan horripilantes como esperaba. Las nominaciones de los Oscars. Un perro que había salvado a una anciana. Un nuevo colegio en Valencia para niños discapacitados. El estreno de un musical en Madrid. La victoria del equipo español de voleibol femenino en los mundiales. Un nuevo guiness. A ojos de Marta: sólo tonterías, lo que no sabía por qué, hizo que se sintiera aún peor.

Así llegó la hora de vestirse para empezar una nueva jornada de estudios, pero no le apetecía para nada salir a la calle. Quería quedarse todo el día en casa machacándose sobre lo mala e injusta que era la vida de ella. Pero extrañamente consiguió reunir las fuerzas necesarias para vestirse e irse. No se podía permitir el lujo de perder todo un día de estudios.

Se puso prácticamente la ropa del día anterior. Era su ropa preferida, y necesitaba sentirse bien, le daba igual que ya estuviera medio sucia. El propósito de vestir mejor, tendría que esperar para otro día, en aquel momento no podía pararse a comerse tanto la cabeza. Tenía cosas mejores en las que pensar, como en lo ingenua y tonta que era.

El tiempo además estaba nublado, cosa que Marta odiaba. Ella prefería los días soleados, eran mucho más alegres. Así que como el día no pintaba muy bien, decidió pegarse un gusto y comprarse un par de donuts en la tienda que esta junto a su casa. Igual que en el sueño, salvo que aún no habían sacado los donuts de ese día del horno, y se tuvo que conformar con unos fríos y medio duros del día anterior. Se los comió en un instante mientras esperaba en la parada del autobús, y enseguida se arrepintió. ¿Cómo podía haberse comido todo aquello y en tan poco tiempo? Y encima el autobús no llegaba.

Sintió unas ganas locas de darse la vuelta y volverse corriendo a su casa. Acostarse en la cama, y esperar simplemente a que el día terminase y empezase otro nuevo. Así que se dijo que si cuando contase tres el autobús aún no había llegado, lo haría. Miró al extremo de la calle, y no vio el autobús; contó uno. Miró la gente que había en la parada del autobús, volvió a mirar hacia por donde tenía que aparecer el autobús y contó dos. Miró hacia el otro extremo de la calle, pensando que quizás se equivocara, y el autobús viniera del otro lado y por eso aún no lo había visto, entonces se percató de que la calle era de sentido único. Volvió a mirar hacia el lado bueno, y contó tres.

Se vino abajo, y se sintió muy decaída. Decidió volverse a casa, pero antes de mover un dedo del pie volvió a buscar el autobús, y esta vez había uno doblando la esquina. Se sonrió, buscó el bonobús y empezó a esperar a que llegara hasta donde estaba ella. Pero casi cuando el autobús estaba encima de ella, se dio cuenta de que no era el número de su línea, lo que inmediatamente borró la sonrisa de su boca.

Como todas las abuelitas se habían subido al autobús, Marta se desplomó en uno de los asientos de la parada, más triste y desesperada de lo que había estado desde que se despertó. Ya llevaba 20 minutos en la parada, y aún tuvo que esperar otros 10 más hasta que el autobús llegase.

Ya dentro de él, no había ni un solo hueco libre, así que tuvo que viajar agarrada a la primera barra que alcanzó. Encima, tenía delante una abuelita con poco estabilidad, que a cada frenada, acelerón y curva se apoyaba y tiraba de ella para no caerse al suelo ni tener que hacer tanto esfuerzo. Ése fue unos de los pocos días en los que Marta no se arrepintió de llevar consigo su maletín con el párales. Entrar con aquello en el autobús era crearse un pasillo vacío para sí misma, por el temer de todos al ser dados. Normalmente odiaba que la gente huyera de ella en el autobús, pero en momentos como aquel lo extrañaba.

Tras 10 minutos de larga espera dentro del autobús, este se para asombro de todos y el conductor se baja. Los pasajeros miraron aquel gesto con asombro, y cada cual empezó a sacar sus propias conclusiones. Unos decían que había un control policial, otros que el motor se había estropeado, otro que las puertas no abrían, pero nadie podía saber nada, porque los cristales del mal día y la gente de dentro estaban empañados. Se mantuvieron en esa situación lo menos 10 minutos, momento en el cual Marta estaba al punto de la desesperación. Una noche horrible y ahora esto.

El conductor informa: “Debido al mal tiempo se ha producido un desprendimiento en medio de la calle por donde debíamos pasar. Estamos en un atasco y no podemos ni seguir para adelante, ni girar hacia otra calle ni dar la vuelta. El asunto va para largo, hasta que retiren todos los restos de la calzada. Quien quiera puede quedarse dentro del vehículo y esperar a que pase, y quien quiera puede bajar y seguir a pie. Perdón por las molestias”

Durante lo que parecieron horas, todos los pasajeros enmudecieron. Lo más normal es que estuvieran pensando en lo que hacer. Marta no podía salir de su asombro, eso era tener demasiada mala suerte incluso para ella. Pero no se lo pensó dos veces, salió precipitada del autobús siendo una de las primeras en abandonarlo.

Estaba en un punto intermedio entre su casa y su escuela. Demasiado lejos tanto para ir a un sitio como para ir a otro. Y como la calle estaba cortada en ambos sentidos no podía ir ni hacia un lado ni hacia el otro. Encima estaba lloviendo a cántaros, y no llevaba ni un mísero paraguas; no sabía por qué, pero siempre se le olvidaban. Así que decidió refugiarse en el primer sitio que encontrase con techo.

Ese sitio fue un bar de mala muerte que había a la orilla de la calzada. Parecía el típico bar donde los abuelos suelen ir a desayunar y leer el periódico, pero Marta no tenía opción, era el único sitio viable que había a la vista. Así que decidió pedirse algo para tomar y coger una mesa a ver si escampaba.

Decidió tomarse otro cola-cao, ya que pensaba que nunca se toman demasiados en el día, además de que la temperatura del mismo quizás le hiciera entrar en calor, porque del camino del autobús al bar había terminado empapada y necesitaba remitir ese horrible frío.

Como no había ningún otro entretenimiento decidió sacar alguno de sus apuntes y estudiar algo mirando, eso sí, cada vez que podía, si había dejado de llover y el tráfico había sido vuelto a instaurar. Pero nada de eso parecía que fuera a ocurrir durante aquella horrible mañana.

Pero, ¿cómo iba a estudiar así? Tenía la sensación de que todos los abuelitos de la sala tenían los ojos clavados en ella. Y que cuchicheaban entre sí sin apartar la visa de ella. Lo peor de todo es que tenía razón. Estaban haciendo justamente eso. Mientras tanto marta se sentía totalmente cohibida. Trataba de mantener sus ojos fijos a los apuntes, pero se la hacía difícil no mirar a ver si la lluvia había menguado y podía escapar de ese horrible lugar. Pero si pensaba ñeque le esperaba si miraba hacia otro lado que no fueran sus hojas... Todos eso abuelitos mirando... si, si, mejor estudiaba mientras distraídamente tomaba su cola-cao.

Al rato de acabar el cola-cao, decidió enfrentarse a la realidad porque además de estar cansada de estudiar, le parecía un abuso permanecer allí sentada sin consumir nada más. Levantó los ojos del papel con los dedos cruzados y buscando las vistas de la venta. En el trayecto, se cruzó con muchas miradas cómplices que por lo general estaban acompañadas por sonrisas pillas. ¿Porqué no podían apartar la vista como el resto de seres humanos? Al fin su vista alcanzó la de la ventana, y como era de esperar, seguía lloviendo a cántaros y su autobús seguía inmóvil. No aguantaba más, necesitaba salir de aquel horrible lugar, Aunque en verdad no era tan horrible, pero no sabía porque los abuelos tenían aquella aprensión con ella. Pero todos. Y le daba mucho coraje, ¿porqué los abuelos tanto y los de su edad nada?. A veces le gustaba pensar que era porque los abuelos habían vivido más, eran más sabios y sabían escoger mejor. Esa sin duda era el mejor pensamiento de todos.

Se levantó del asiento, y mirando hacia el suelo se dirigió lo más rápido que pudo sin llevarse nada por delante hacia la puerta. Menos mal que le gustaba pagar al retirar su consumición, si no se hubiera tenido que entretener aún más pagando, y el recorrido por el bar hubiera sido más largo. Como había salido muy sigilosamente no había despertado demasiada admiración entre los presentes, menos mal, pero una vez se encajó en la puerta... ¿qué se suponía que debía de hacer ahora?

Miró hacia su alrededor, en un intento desesperado por encontrar de repente algún sitio magnífico donde entretenerse hasta que todo aquello pasara. Vio una pescadería, no era una de sus alternativas de diversión. Había una frutería, pero la fruta... no le gustaba demasiado.  Un supermercado... hoy no gracias. También había una peluquería. No era su uno de sus lugares preferidos en el mundo, por más que los hombres insistiesen en que a las mujeres le volvía locas la peluquería, estar metillas allí horas y horas entre secadores, tintes, extensión,... Pero Marta, temía profundamente las peluquerías. No era un temor infundado por el miedo, era un temor infundado por el respeto. Su pelo era muy especial para ella, siempre intentaba controlarlo lo máximo posible porque era muy rebelde, y hacerse cosas extrañas en el pelo... no era su estilo. Eso sin contar con que nunca había cambiado de peluquero. Es decir, la misma persona que le pelaba de chica, era la que le pelaba en la actualidad, pero sin embargo, era consciente desde hacía mucho tiempo que algún día llegaría la hora de que probara otros peluqueros y la verdad, aquella peluquería tenía mucha fama, así que se dispuso a entrar.

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