Hola lector!

Una sonrisa tuya es un libro que llevo algún tiempo escribiendo, y me pareció una buena idea compartirlo para con quisiera pasar un buen rato leyéndolo.
Es una comedia romántica de la que actualmente tengo 19 capítulos escritos y que va increscendo.

Si estas leyendo esto, esque ya diste un paso entrando en mi blog y por ello te doy las gracias. Así como animarte a seguir leyendo.

Espero que disfruteis tanto leyendo como yo lo hago pensando y escribiendo la historia de Marta.

Se agradecen los comentarios!! y recomendaciones para seguir escribiendo jeje

28 de septiembre de 2011

Capítulo 7

- Bueno señorita, son ya la una y treinta minutos, y a tus preciosas mechas rubias le quedan 30 minutos de cocción. ¿Segura de no querer añadir ningún color mas?
- Segura.... – por favor, que no insistiera más, no podría resistir mucho más diciéndole que no...-
- Ya se que eso sería mucho arriesgar para ti, pero podrías echar una canita al aire de vez en cuando...
- -¿Una canita al aire? ¡ahh! - ¿una canita al aire?
- - ¡Mierda! Cuida tus palabras Daniel... – Si mujer, quería decir que dicen que siempre hay una primera vez para todo. Ésta podría ser tu primera vez de echarte un color “raro” como tu dices de mechas. - ¿arreglado?-
- Jajajaja. No gracias – No sigas por favor... —
- ¿Quién sabe?, quizás te quede bien, y tu sin saberlo...
- Me arriesgaré

Y Marta no lo pudo evitar. Terminó esta última frase sacándole la lengua de forma traviesa. Le encantaba. Y a Daniel también le gustó. No siempre venían chicas tan encantadoras como ella a la peluquería. Normalmente las abuelitas colapsaban todo su tiempo. Que si, que estaba bien, que con ellas se lo pasaba bien. Pero no era lo mismo...

- ¿Qué te parece si mientras te sube el color subimos y voy preparando la pasta?
- ¿Qué vas a cocinar para mí? – ¡que sexy!—
- Eso parece - bonito día para que no se me pegue la comida... -
- No hace falta que te molestes. Puedo salir a comer a cualquier sitio. De verdad Daniel.
- - Qué bonito sonaba su nombre dicho por su boca... - Antes te pregunté, y me dijiste que si, así que ya no hay vuelta atrás.
- Esta bien... – menos mal... -
- Lo dicho, ¿subimos? – menos mal que esta mañana la muchacha de la limpieza me limpió y recogió la casa... —
- Esta bien, pero, ¿vives aquí mismo?
- Sí, en la planta de arriba.
- Puf. Tu casa tu lugar de trabajo... ¡Y encima te llevas el trabajo a casa! Si que arriesgas tu muchacho...
- Ya ves, soy un chico de riesgos...

Un chico de riesgos... ¡Ja! Eso no se lo creía ni él. Si ella hubiera visto sus comienzos... Malos, sí. Pero unos comienzos como los de casi todo el mundo. Él no tenía una familia con dinero que le permitiera empezar con un gran negocio. No, el se lo tuvo que currar desde 0. Empezando por su cochera, continuando en la viejísima casa de sus difuntos abuelos. Pero ahora, tras mucho sudor y muchas lágrimas había conseguido alcanzar el sueño de su vida: una peluquería propia, SU peluquería. Un negocio próspero, y encima de ella, su modesta casita... Y tan modesta... un mini-loft, pero bien orgulloso que estaba de ello...

- Yo que tu no me esperaba demasiado de mi casa. Imagina que tiene el mismo tamaño que la peluquería, jeje...
- No te preocupes, estoy acostumbrada a cuchitriles, mi casita es la mitad que esto...
- ¿La mitad que esto? ¿Eso existe? ¿Es legal?
- Pues eso parece...

Mientras tanto, Daniel y Marta habían ido subiendo por las escaleras y ya estaban ante la puerta de entrada. Nada más que abrirla y echarle el primer vistazo, le encantó. Aquello era grande comparado con su casa, pero como tampoco tenía demasiadas separaciones que digamos, le recordó mucho a su casa, y como le tenía tanto cariño a su casa, pues esta le produjo ternura.

- Me encanta
- ¿De verdad? –Si no fuera por la cantidad de personas que habían dicho eso mismo y luego se habían ido casi corriendo, le hubiera creído-
- Te lo prometo, me recuerda a mi casa. Y me encanta.
- Me alegro - Esto sin duda, era un punto positivo -  Ponte cómoda y siéntate, yo voy a ir preparando el almuerzo.
- ¿No quieres ayuda?
- Ya de ante mano te insisto que no. Mientras seas mi invitada, no tocarás un plato de la cocina. Y no admito discusión alguna.
- Bueno esta bien. -¿Cómo discutir semejantes argumentos?
- Siéntate, pondré la pasta a cocer

Ver para creer. Allí estaba ella, sentada en el sofá de Daniel, su nuevo peluquero, con las mechas cociéndose en su cabeza mientras esperaba que éste le hiciera pasta. La cabeza le desprendía mucho calor pero eso era normal, las mechas tenían que actuar.

Daniel volvió de la cocina acompañado por una botella de vino y dos copas.

- Espero que te guste el vino.
- Pues... La verdad es que no.
- ¡Ah! -Que mala pata...- Entonces... ¿Cerveza?
- Tampoco. -Ya empezamos....
- Pues... ¿Coca-cola?
- No... Perdón, te explico. Soy un poco complicada con eso de las bebidas. No me gusta el vino, ni la cerveza, ni el café ni los refrescos con gas.
- Vaya... He de admitir que nunca me había pasado esto.
- Lo siento - Bicho raro ataca de nuevo. No tengo remedio-.
- ¿Entonces?
- ¿Entonces qué?
- ¿Qué quieres beber?
- Agua
- ¿Agua? -¿Esto es de verdad?
- Si, lo siento, ya se que soy un bicho raro, pero es lo que hay.
- No, no digas eso. No eres un bicho raro, solo tienes gustos selectos.
- ¿Beber agua es tener un gusto selecto? No intentes quedar bien, no te preocupes, ya estoy acostumbrada.
- Bueno, pues nada, voy a ir a por tu vaso de agua.
- Gracias.

Así que Daniel volvió a desaparecer en la cocina. Era un desastre, tenían que tenerle prohibido salir a la calle. Que vergüenza. Menos mal que ya estaba un poco acostumbrada, desde pequeña la misma historia. Pero, ¿qué podía hacerle? No le gustaban ninguna de esas bebidas, es mas, le daban nauseas. El refresco de limón si le gustaba mucho, aunque solo el sabor ya que, por culpa del gas, a veces incluso vomitaba. Increíble.

- Toma, tu agua. Ya que no he dado ni una con la bebida, espero que al menos el chocolate te guste.
- No, no me gusta.
- ¿Cómo? - Ésto ya es demasiado, ¿a qué mujer no le gusta el chocolate?
- Es verdad, no me gusta, me encanta. - Se estaba riendo por dentro, casi se queda con el. Ahora le había vuelto a salir esa sonrisa pícara, pero es que es tan mono, tan predecible...
- Menos mal. - Ya lo decía yo, el chocolate nunca falla.

Ambos se rieron, con una sonrisa pícara, y sabían muy bien lo que estaba pasando allí, pero era parte del juego, hacerse los incrédulos.

Les encantaba ese juego.

Entonces Daniel cogió un trocito de una barrita de galleta y caramelo recubierta con chocolate, una delicia, y se la acercó a la boca, ofreciéndosela para que le diera un mordisco. Ella como no, se lo dio, y ambos se quedaron más cerca que antes, y mirándose a los ojos mientras sus cabezas bullían.

- - Me muero por besarla.
- - Me muero por besarlo.
- - Pero, ¿qué va a pensar de mi si la beso así sin mas? Sólo la conozco de hace una hora.
- - ¡Bésame!
- - No, mejor no... ¡Pero es que me muero de ganas!
- - ¡Hazlo! ¡Ya!

En ese momento sonó estrepitosamente proveniente de la cocina, el reloj que Daniel había programado para avisarle de cuándo la pasta abría terminado de cocerse.

Daniel, dando un respingo, se levantó y se fue directo a la cocina mientras decía:

- Tengo que ir a apartar la pasta. - Salvado por la campana. Ésto es una señal. No era el momento. ¿Verdad?
- Vale. - ¡Mierda! ¡Lo sabía! No le gusto.

Y volvió a quedarse sola. Al menos la casa era bonita, es verdad que la tenía muy bien cuidada, igual que la decoración de la peluquería, no hacía falta que le jurara que le encantaba el color naranja ya que, hasta en su piso, era el color que más predominaba.

La cabeza le seguía quemando pero ahora mucho más que antes. Y no sólo eso, si no que también le picaba mucho. ¿Aquello era normal? Desde luego ella no recordaba que le hubiera pasado antes, y se había hecho muchas veces las mechas.
Como no se podía rascar con las manos, empezó a hacer gestos raros con la cara para intentar que algo en la cabeza se moviera y le aliviara un poco el escozor.

En ese momento llegó Daniel.

- ¿Estas bien? - Esta chica sin dudas es muy rara.
- Si. - Lo que faltaba.
- ¿Estas segura?
- No. ¿Es normal que la cabeza me queme y me pique tantísimo?
- No.
- ¿No? ¿Cómo que no?

Daniel se acercó, le retiró un poco todo el papel que tenía cubriendo todos los potingues.

- Vamos abajo, te tengo que lavar el pelo. - Por favor, que no le haya hecho ningún estropicio...
- ¿Cómo? ¿Ya? ¿Tan pronto? - ¿Qué es esto? ¿Qué pasa?
- Si, no te preocupes, es que te ha subido más rápido de lo que esperaba. - Por favor, por favor, por favor.

Se dirigieron precipitadamente a la parte de la peluquería. Marta literalmente se tiró encima del lavacabezas. Ésto no le podía estar pasando a ella. Si ya lo sabía, no podía ir a otro peluquero, por muy guapo y simpático que fuera. Y encima con el mal día que estaba llevando, si ya estaba pronosticado. Ese día prometía ser malo. Muy malo. Y se estaba cumpliendo y empeorando por momentos. Una cosa es tener una mala noche y otra que te estropeen el pelo y avergonzarte de ello durante dios sabe cuánto tiempo.

Mientras tanto, Daniel estaba  trabajando en su cabeza. Le quitó todo el papel y le mojó la cabeza. El agua estaba helada, pero no quería esperar más rato a lavársela. ¿Porqué? ¿Porqué tenía tan mala suerte? Justamente a esa chica. Era rara, si, muy rara. Pero le gustaba. Después de eso, seguro que no quería saber nada mas de el...

- Está bien. No te preocupes, ahora te voy a pelar y ya verás como te queda perfecto.
- Eso espero, como le pase algo a mi pelo, me muero.

Eso es, encima aún más presión. Iban a tener que dejarle de gustar sus clientas, tanta presión no era buena. Pero bueno, en cuanto acabó de lavarle la cabeza, empezó a pelarla.

Como le había echado tanta crema suavizante, tenía el pelo muy suave. Daba gusto pelarla. Además era increíble como, aún con el pelo mojado, los rizos estaban ahí, no se iban. Los estirazaba, y volvían a su sitio. Sin duda, un pelo precioso.

Tras veinte minutos trabajando en esa melena rizada, se dio por satisfecho con el resultado.

- Ésto ya esta.
- Gracias.

Marta se miró en el espejo, no lo había querido hacer antes, por si acaso. Pero no, estaba bien. Su pelo estaba perfecto y precioso. Tenía que reconocer que había hecho un trabajo magnífico. Pero se había llevado un susto tan grande... Por unos momentos se había imaginado escondiendo su cabeza debajo de pañuelos, gorras, etc. Y eso le horrorizaba. Ella se ponía pañuelos y eso. Si. Pero no cubriéndole toda la cabeza.

- ¿Cuánto te debo?
- Nada, déjalo. Por el susto. - Después de aquello no podía cobrarle nada. No se lo perdonaría.
- No, dime cuánto te debo.
- En serio, no puedo cobrarte nada. Por el susto, ¿vale?
- Vale. Gracias.
- Pero prométeme a cambio que volverás a pelarte algún otro día. - Con eso también se aseguraba volver a verla.
- Esta bien. -¿Tenía otro remedio acaso?
- ¿Subimos a almorzar al fin?
- La verdad es que preferiría no hacerlo. Se me ha quitado el apetito. - El chico no esta mal. Pero necesito salir de aquí. Me estoy agobiando. Además, si ni siquiera le gusto. Demasiado esfuerzo para nada.
- Bueno... Vale. Pues... Hasta la próxima, supongo. - Si, sin duda la he cagado.
- Hasta la próxima.

Marta le dirigió una sonrisa mientras se volvía para dirigirse a la salida, aunque tenía que reconocer que le salió un poco amarga.

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